martes, 10 de mayo de 2011

DIARIO DE UN MUERTO / Capítulo I


Los Renegados presentan:

DIARIO DE UN MUERTO
LIBRO I
Capítulo I

Escrito por: George Valencia (Calavera)




5 de mayo de 2011

Ayer me suicidé de nuevo.
Sé que pensarán que es una locura. De hecho, a veces yo mismo lo pienso, pero suicidarse de cuando en cuando es divertido. Adictivo en realidad. La sensación de morir una y otra vez, siempre de una manera diferente, es una de las cosas más excitantes que he descubierto en los cuatro años que llevo muerto. Sí, estoy muerto. No habrán pensado lo contrario, ¿eh? Sería una tremenda inconsistencia en mi relato. Ni tonto que fuera.
Estoy bien muerto, sí señor. Llevo cuatro años deambulando por el mundo de los vivos como un extranjero en tierra de nadie, recorriendo las calles solitarias, visitando viejos amigos, cumpliendo algún sueño que tuve de niño, jugándole bromas a antiguos enemigos…; bueno, a amigos también…; y por supuesto, suicidándome una y otra vez.
No me culpen; no tengo nada más que hacer. Digamos que soy una especie de muerto desempleado y ese es uno de mis hobbies.
Ayer, por ejemplo, me tiré de un edificio. ¡Qué impresión! No se los recomiendo. Si están hartos de la vida, péguense un tiro. Es lo mejor, yo sé por qué se los digo. No se pongan a joder con cortarse las venas o tomar veneno para ratas. Un tío mío intentó matarse cuando su mujer lo dejó. Tomó veneno para ratas y estuvo tres días con una diarrea incontrolable. Pobre tío. Casi se muere, pero de la diarrea. Quedó pesando cinco kilos menos luego de ese episodio.
Así que nada de venenos. Tampoco se tiren al vacío desde una azotea, a menos que quieran ver cómo el macizo suelo de cemento se va acercando inexorablemente, como un rapidísimo acercamiento en zoom, mientras la fuerza del viento te zarandea a su capricho. Esto me produjo un horrible vértigo del que aún no me recupero. Se preguntarán cómo es que un muerto puede tener esa clase de sensaciones. Pues así es. Las cosas no son como las pintan en las películas. De hecho, no podemos traspasar las paredes ni nada de eso.
Me tiré del décimo piso de un edificio ubicado en el centro de la ciudad, y para llegar hasta la azotea tuve que esperar a que abrieran la puerta principal que da al vestíbulo y luego aguardar a que bajara el ascensor y me llevara hasta los pisos superiores. Podría haber subido las escaleras, pero la modorra me venció.
La peor parte, algo con lo que no contaba, fue que la puerta que daba a la azotea estaba cerrada con candado. ¡Mierda! Tuve que buscar al conserje durante cuarenta minutos, para luego pasarme otros quince aconsejándole en susurros al oído la necesidad de echar un vistazo a la terraza. El maldito viejo o estaba mal del oído o era un imbécil de campeonato. El caso es que al final le picó el culo y subió y abrió a puerta, permitiéndome el paso.
Deambulé un rato allí arriba, buscando el lugar indicado.
Al cabo, me paré en el borde de un pequeño balconcillo ¡y al vacío, señores! La caída duró sólo unos cuantos segundos, pero a mí se me hicieron eternos. Podría decir que toda mi vida pasó ante mis ojos, pero estoy muerto, así que no es el caso. Pero sí diré que mi mente se volvió un torbellino de imágenes incoherentes. Medio segundo antes de tocar suelo, cerré los ojos.
Y una vez más, luego de un dolor tan insoportable como pasajero, me encontré flotando en un vacío de oscuridad. Me sentí desorientado, cegado, hasta que pasado un momento sentí como si una fuerza tremenda me halara a una velocidad demencial, como si estuviera en el fondo de un tanque y alguien hubiese quitado el tapón del sumidero…


Entonces desperté a la muerte por enésima vez.
El lugar en el que me encontraba no representaba ninguna sorpresa para mí. Desde la primera vez que morí, siempre me he despertado en la misma parte. Es un claro de un bosque ubicado a cinco kilómetros al este de la ciudad. Está rodeado de pinos y abetos, un pequeño riachuelo corre cerca de allí con un sonido reconfortante y, por alguna extraña razón, siempre es de día. Para ser exactos, creo que siempre son las doce del mediodía, pues cuando despierto estoy tirado en el piso, boca arriba, y la luz del sol me deslumbra con la intensidad de su cenit.
Siempre me incorporo algo desorientado, sin saber muy bien por qué estoy allí ni cómo llegué. Entonces recuerdo que estoy muerto, que llevo cuatro años muerto, y todas las vivencias (término que suena bastante extraño cuando uno ya estiró la pata) de este tiempo regresan a mí. A decir verdad, no sé ni cómo sentirme en ese momento. Nunca me he sentido triste, abatido o deprimido por estar muerto. Nunca he tenido problema ni drama con eso. Pero, en honor a la verdad, tampoco es que me sienta especialmente feliz. Digamos que lo que experimento es una especie de bienestar indiferente. Poco me importa estar muerto, si les soy sincero. Hay muchas cosas interesantes que se pueden hacer y que en vida resultan obviamente imposibles.
En fin… El caso es que el suicidio de ayer fue divertido mientras duró. Bastante impresionante. Habrá que repetirlo.
Ahora estoy pensando en morir quemado. ¿Se imaginan? Debe ser interesante, aunque me da un poco de miedo intentarlo. Sí, a los muertos también nos da miedo. Creo que en muchos aspectos, la vida y la muerte son similares.


            8 de mayo de 2011

Anoche tuve una terrible pesadilla. Soñé que estaba vivo.
No, no se rían. Es verdad. Para mí la muerte representó un merecido descanso luego de veintiocho años de penurias y mala estrella. Además, al final de mi vida mi cabeza tenía precio. No muy elevado, a decir verdad, pero de todas formas fueron más de uno los que se dieron a la búsqueda de mi cotizada y siempre inestable cabeza. Por la plata baila el perro, como suele decirse. Y la cabeza que iba a rodar era la mía, no la de ellos. ¿Qué podían perder?
Aun así, tengo la satisfacción de decir que se quedaron con las ganas. Yo, la verdad, estaba de mierda hasta el cuello. No tenía familia ni ningún tipo de responsabilidad, así que poco me importó pegarme un certero tiro en la cabeza. Salía con una chica, es cierto, pero estábamos mal desde hacía algún tiempo. De hecho, me había terminado, pero como no era la primera vez que lo hacía, pues no lo tomé muy en serio.
El caso es que quizá mi partida fue mejor para ella. Tarde o temprano hubieran terminado involucrándola sólo por el hecho de estar conmigo. Además, estoy seguro de que no me echa mucho de menos. No soy…, no era… lo que se dice un buen tipo, al menos no el que su madre hubiera querido como novio para su hija. Así que no hubo nada que me retuviera en la que ahora llamo mi otra vida, si es que a esto de deambular con la lápida pegada al culo se le puede llamar vida.
Me pegué un tiro, sí señor. Escurrí el bulto durante un tiempo y fui bastante escurridizo, pero luego me encontraron y me hallé acorralado. Era la muerte o… No quiero ni imaginarme qué planes tenían para mí. Preferí no quedarme para averiguarlo. Llevé el cañón de mi Smith & Wesson a mi boca y ¡pum! Adiós, Helena. Nos vemos, colega. Se quedaron con las ganas de echarle el guante a este chaval. ¡Ja!


Durante un rato todo fue oscuridad. Me sentí flotar a la deriva en una marea infinita de negrura. Tuve el tiempo suficiente para preguntarme dónde diablos estaba, luego me desvanecí y segundos después, si es que acaso ese tiempo podía medirse por segundos o minutos, me sentí cegado por una intensa luz. Abrí los ojos y me encontré en el claro que ya les he mencionado. El que queda en el bosque cercano a la ciudad. Era mediodía y sentía un terrible dolor de cabeza. Me incorporé trabajosamente y luego me llevé las manos a la coronilla esperando palpar un sangriento cráter de huesos rotos y sesos desparramados.
Pero no fue así. Todo estaba normal, como si nada hubiera pasado. Excepto por el hecho de que estaba muerto, por supuesto. Lo sabía. No tenía que gritarle a alguien en la cara y ver su inexistente reacción para comprobarlo. Era algo que no podía negarme. Estaba muerto y, por alguna razón, había ido a parar en medio del claro de un bosque en un lindo día de verano. Nunca fui muy creyente, ni tampoco me detuve alguna vez a filosofar sobre el más allá ni nada de eso, pero jamás me imaginé nada como esto. ¡Qué locura! Estaba vivo en muerte, o algo por el estilo, qué sé yo.


Oh, la pesadilla. Casi lo olvidaba.
Como dije, anoche soñé que estaba vivo. Me encontraba otra vez en el sótano de aquella vieja casa en la que me cercaron los tipos de Carvajal. Estaba sudando a mares mientras escuchaba cómo aquellos tipos registraban la casa, acercándose cada vez más a mi escondite. Todo era tal y como sucedió el día de mi muerte, de mi primera muerte. En un momento dado, tiraron abajo la puerta del sótano. Las astillas volaron por los aires y la luz invadió el lugar. Desde donde me encontraba pude ver claramente los pies que bajaban por las escaleras.
Entonces tomé la decisión.
Saqué mi Smith & Wesson, llevé el cañón a mi boca y ¡oh jodida sorpresa! La recámara estaba vacía. Mi corazón comenzó a latir a mil por hora. Por un momento me vi en otro sótano, atado y amordazado, presa de los hombres de Carvajal. Respiraba afanosamente sin saber qué camino tomar. Temblaba sin control…
Y entonces desperté.
Estaba sudando... Bueno, los muertos no sudan, pero sí tenía la horrible sensación de que lo hacía. Traté de tranquilizarme. Respiré profundo y recobré la compostura. Sé que suena loco, pero me sentí feliz de estar muerto.
Bendita muerte.
¡Maldita pesadilla!


10 de mayo de 2011

No sé si les había contado que no soy el único que se pasea como si tal cosa por ahí muerto. Obvio que no. No soy el único, pero tampoco somos muchos, sobre todo porque la ciudad en la que vivo (o en la que muero; no me jodan con esas terminologías metafóricas) es más bien pequeña y poco agraciada. Pero de cuando en cuando me topo con alguien. Parece que nos reconocemos de alguna forma. Nos presentimos, qué sé yo. El caso es que cuando me encuentro con algún muerto, intercambiamos un cordial movimiento de cabeza a manera de saludo, pero poco más. Y ninguno se mete conmigo. Bueno, a lo mejor soy yo el que se aparta de los demás. Nunca fui especialmente sociable, y desde que estoy muerto me he vuelto un poco retraído. No suelo ir a los bares para muertos ni nada de eso. Sí, hay bares para muertos, y muchas otras cosas más, pero yo no los frecuento. Si con los vivos tenía problemas, prefiero evitarlos con los muertos. Además, les voy a confesar algo: durante todo este tiempo, sobre todo al principio, he temido toparme con una cara conocida, quizá con uno de mis perseguidores…
Así que soy un muerto solitario. Suelo andareguear por la ciudad y las afueras buscando algo de diversión. Un día voy a ver una película, otro a ver una obra de teatro, o a ver un partido de fútbol, e incluso a veces voy a la biblioteca a leer algo por encima del hombro de alguna chica con escote. Leo el libro y miro el escote. Es muy divertido y se me da bien hacer las dos cosas al tiempo.
Y cuando comienzo a aburrirme de la rutina, me suicido. Así de fácil. La primera vez que lo hice…, es decir, la primera desde que estoy muerto…, fue tirándome a las vías del tren. Nadie gritó ni quiso evitarlo. No me veían. Me tiré en las vías y esperé pacientemente. Nada melodramático como lanzarme justo cuando se acercaba. No; preferí echarme una siesta en las vías y esperar a que pasara el tren. Comenzaba a sentirme algo somnoliento cuando la vibración de los rieles me espabiló. Si hubiese querido reaccionar no habría tenido tiempo. Todo acabó en un santiamén. Sentí cómo mi cuerpo estallaba bajo el tren y se partía en sangrientos pedazos, y entonces sucedió lo de siempre: la oscuridad y luego el claro.
Lo bueno de suicidarse estando muerto es que es como si hicieras borrón y cuenta nueva. Te notas sosegado, tranquilo, lleno de mortalidad y te sientes feliz de estar muerto. La alegría de morir se revitaliza y el aburrimiento desaparece.


Por estos días, no obstante, he estado aburrido de nuevo, como harto de todo. Lo peor es que es una sensación demasiado parecida a la depresión y eso no me gusta. El suicidio del pasado miércoles no me sentó muy bien que digamos. Quizá es que me empiezo a sentir solo, no sé.
Creo que ya es hora de cambiar mi estilo de vida…, o de muerte, como sea. No es saludable tanta vagancia y holgazanería. Sí…, eso haré. Tal vez, después de todo, vaya a uno de esos bares a conocer alguna muerta simpática.
Mientras tanto, esta noche iré otra vez a la estación y me arrojaré a las vías del tren. Tal vez eso me siente bien.
Dejaré lo de morir quemado para después.
Por cierto, me llamo Alan Santos y este es mi diario. El diario de un muerto.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Ha sido una grata sorpresa este cuento. Debo confesar que imaginaba algo más al estilo Zombie, pero me topé con una mezzcla de terror y humor muy ameno, además de lo imaginativo de la idea. Que el texto haya cambiado la percepción que tenía y me haya enganchado es un punto a favor.
Me agradó que el personaje sea tan cercano al lector. Lo acoges de inmediato.
Hay unos buenos chistes que dan en el blanco. Otro punto a favor.
Lo que noté, y espero que no sea inconveniente que lo diga, es que se repite mucho la aclaración de que Alan está muerto ya. En un comienzo se entiende y es necesario rectificar su estado, pero encontrar en la mitad del texto nuevamente la aclaración de que está "bien muerto, sí señor", es innecesario. Creo que en ese punto de la historia el lector ya la tiene clara, pues está bien planteado desde el comienzo la situación en la que se encuentra el finado Alan. Es un detallito para prestar atención.Pero ha sido el único detallito que noté.
El resto me ha gustado mucho. Ya quiero saber qué hará Alan en los próximos días. ¿Se quemará vivo? ¿Se ganará algún problema con otro muerto? Pues no duden de que Luther estará pendiente de la próxima entrega.

Felicitaciones Calavera y Adrián, ¡y que no pierdan el entusiasmo!

Lauris ʚϊɞ dijo...

Hola!
Me gustó muchisimo...
Sentí como una empatía con el personaje, me dio una cierta tristeza esa sensación de soledad que describe.

Los voy a seguir leyendo.

Un beso para los dos!!!

PAOLA RUIZ dijo...

Mucho no voy a opinar,espero las siguientes entregas para ver que rumbo toma este asunto de estar muerto ;)

Calavera dijo...

Luther, Lauris, Pao, muchas gracias por el apoyo. Gracias por leernos y comentar. :)

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