EL REGRESO DEL DESTINO
(Parte 3 de 3)
12
—¿Y bien? —dijo el hombre—, ¿qué dices? Estás muy callado. ¿Se te comieron la lengua los ratones? Porque si es así, muchacho, eso está muy pasado de moda.
Yo no atiné a contestar. Su convencida afirmación me había dejado de piedra. Pensaba que mi pasado, y la culpa que este conllevaba, habían quedado bien enterrados. Pero esta parecía haber sido exhumada por ese desconocido salido de la nada.
El negro me miraba con una ladina sonrisa. Comencé a pensar rápidamente, tratando de hallar una salida. Pero el hombre tenía razón. Era culpable, era un asesino. De nada valía que lo siguiera negando. No tanto a él, sino a mí mismo. El destino, luego de diez largos años, había decidido que era la hora de ajustar las cuentas, y se había hecho presente en la forma de aquel hombre negro de edad indefinible, ataviado con su traje oscuro y su sádica y sarcástica sonrisa.
A lo mejor había llegado la hora de hacerle frente a lo que había estado tratando de olvidar todo este tiempo. Era la hora de enfrentar mi destino.
Respiré profundo y le sonreí.
—Está bien —dije—, ¿qué es lo que quiere?
—Eso me gusta, Freddy, muchacho, que seas hombre y aceptes lo que hiciste.
—Oh, no, yo no he aceptado nada. Sólo quiero saber qué es lo que desea de mí. Estoy cansado, quiero llegar a casa y acostarme a dormir. Hoy fue un día muy agotador.
—Eso a mí me trae sin cuidado, muchacho, y no trates de pasarte de listo conmigo tratando de restarle importancia al asunto. Te has pasado todos estos años viviendo muy campante como si fueras una santa paloma. Es hora de que pagues.
—¿Pagar qué? —dije, tragando saliva, pero tratando de aparentar tranquilidad—. No sé a qué se refiere. Yo no hice nada.
—¡Claro que lo hiciste! Te portaste como un maldito cobarde sinvergüenza, olvidaste tu responsabilidad y terminaste haciendo pagar a los tuyos por tu estupidez —me espetó el negro. Su sonrisa había desaparecido.
Mi compostura empezaba a derrumbarse como un castillo de naipes. Tenía un nudo en la garganta. Sorprendentemente, el miedo se había desvanecido. Sólo sentía un desapegado temor que a mí mismo me extrañaba. Ni siquiera me había parado a pensar detenidamente de dónde había salido aquel hombre, dónde estaban los demás pasajeros, o por qué el exterior era una profunda negrura. Lo único que pasaba por mi cabeza era el fuego. No podía dejar de ver las llamas lamiendo las ruinas de la casa de mis padres, donde había quedado enterrada la vida de los míos, mi verdadera vida, devorada por el devastador fuego.
En cierto modo, me sentía tranquilo. Quizá una parte de mí mismo había estado escondida todos aquellos años esperando ser juzgada…, ansiando ser juzgada. Y llegado el momento, ese fragmento de mí se sentía liberado.
—Bueno, está bien. ¿Qué es lo que quiere?
—Es muy sencillo, Freddy, muchacho. Simplemente tienes que pagar con la misma moneda: tu vida. Ese es el precio.
Sentí un vacío en el estómago y, aunque no tenía forma de saberlo, creo que palidecí.
—¿Qué quiere decir? ¿Acaso quiere matarme? —pregunté, esbozando una nerviosa sonrisa.
—No —dijo él, sonriendo a su vez—. No tengo ningún interés en arrebatar una vida que no tiene ningún valor para mí. Digamos… que le estoy haciendo un favor a un amigo.
—¿Un amigo? ¿Cómo es eso de “un favor a un amigo”?
—Eso a ti no te incumbe. Además, no soy yo quien te va a matar.
—¿Ah, no? ¿Entonces quién lo hará? —interrogué, con el ceño fruncido.
—Tú mismo. Quiero que lo hagas tú mismo. Ese es el precio, y te aseguro que es un precio bastante aceptable. De hecho, te va a salir barato, Freddy, muchacho.
—¿Quiere que me suicide? ¡Vaya!
—Ajá. Es eso, más o menos.
—¿Y cuándo será eso? No querrá que lo haga aquí mismo…
—Oh, no. No te preocupes. Tienes un año. En un año volveré y me aseguraré de que lo hayas hecho. De lo contrario… —su grave voz se convirtió en un terrorífico y gutural gruñido, y sus ojos adquirieron una tonalidad rojiza—, ¡lo lamentarás! ¡Te aseguro que lo lamentarás!
Sus rasgos se acentuaron, su boca se había convertido en una sucia y desagradable abertura llena de puntiagudos colmillos. Sus ojos eran una masa roja sin iris ni pupila. Se incorporó y extendió una mano, que ya no era una mano, sino una garra de largas uñas, y me agarró por el cuello de la camisa, acercándome a su horrible cara. Me observó atentamente, mientras yo intentaba digerir lo que estaba pasando, luchando contra el horror que me embargaba y tratando de decidir si todo eso en verdad estaba sucediendo o si se trataba de una diabólica pesadilla.
—¡No olvides! —gruñó—. ¡Tienes un año!
Acto seguido, pasó su otra garra por mi rostro, y una repentina somnolencia se apoderó de mí.
Me desvanecí.
13
Mientras escribo estas líneas, observando inquieto el poco papel que me queda y lo gastado que está este viejo lápiz, sigo sin decidir qué hacer. Sigo pensando que todo fue una fantasía creada por mi mente febril.
Esa noche desperté sudoroso y aterrorizado. Me encontraba aún en el autobús. Miré a mi alrededor angustiado, pero los otros pasajeros me dedicaron una desinteresada mirada, para seguir cada uno sumido en sus pensamientos. Todo parecía indicar que no había pasado nada. Incluso mi mente comenzó a tratar de convencerme de que todo había sido un mal sueño. Una terrorífica e inquietante pesadilla.
Traté de calmarme.
Cinco minutos después me bajé del autobús y me encaminé a casa, con la cabeza nublada por la incertidumbre. Me debatía tratando de decidir si todo eso había ocurrido en verdad o si me estaba volviendo loco. Cuando llegué a casa, descubrí extrañado que la luz del pasillo de entrada estaba encendida. Me acerqué lentamente mirando a todas partes en busca de algún intruso, pero sólo los insectos nocturnos quebraban el silencio. Llegué a la puerta, y el horror volvió a mí.
Justo encima del pomo había una nota sujeta con un clavo. No tuve que cogerla para ver lo que decía.
Escrita con tinta roja, o al menos eso parecía, y una estilizada caligrafía, la nota rezaba: “No lo olvides. Un año.”
Mañana se cumple el plazo.
14
Seguí adelante con mi vida. No tenía otra opción. Traté de olvidar el incidente y hacer de cuenta que nada había pasado. Esperaba que en algún momento el hombre se presentara de nuevo, pero todo siguió su curso normal por varios meses. El trabajo mantuvo mi mente ocupada. La rutina continuó.
Excepto por dos cosas.
Por un lado, jamás volví a tomar el autobús de las siete menos diez. Me quedaba un rato por ahí, haciendo tiempo hasta que fueran las siete y treinta, hora en que pasaba el siguiente automóvil.
Por otro lado, nunca más volví a quedarme dormido.
Día tras día traté retomar mi vida, tal y como había hecho diez años antes. Me decía a mí mismo que todo era una fantasía, que esas cosas no pasaban en la vida real. Y así fue durante un tiempo. Casi un año en realidad.
Pero hace tres días, al observar que se acercaba la fecha indicada, descubrí que estaba engañándome de nuevo. Todo fue real. Tal vez en una realidad paralela o qué se yo. Pero todo ocurrió, y aquí está la prueba, a mi lado.
El papel está amarillento y la letra se ha ido borrando un poco, pero aún puede leerse con claridad: “No lo olvides. Un año.”
Mañana, 27 de mayo de 1974, se vence el plazo.
15
Tengo miedo. Bueno, en honor a la verdad, estoy aterrorizado. Sólo tengo dos opciones. Hacer lo que me dijo el hombre negro…, o esperar a ver qué me tiene preparado aquel ser de pesadilla, y eso es algo que no quiero descubrir.
No obstante, creo que si decidí comprar este revólver y su respectiva munición, no fue tanto por pagarle a aquel hombre lo que me pidió. Sino más bien porque quiero cobrarme a mí mismo por lo que hice. Fui un cobarde. Asesiné a mi familia y huí como un cobarde. Y alguien así no merece vivir, de ninguna manera.
He puesto el cañón del revólver en mi boca, sólo para probar qué se siente, y definitivamente no es nada agradable. El sabor del hierro en tu boca te da náuseas. No te lo recomiendo. Lo dejé allí por un par de minutos y me provocó arcadas. Supongo que es el sabor de la muerte.
Me queda menos de media página de la última hoja, y ya me duelen los dedos de sostener este pequeño lápiz.
He escrito estas páginas no tanto en espera de que alguien las lea, porque creo que nadie me creería y dirían que estoy loco; o de creerme, pensarían que lo que me sucedió lo tenía bien merecido.
Las he escrito como una forma de liberarme un poco, de depositar en ellas toda la culpa que me carcome, exorcizando en parte los demonios que me atormentan.
En fin. Creo que sólo me queda escoger. Morir por mi propia cuenta, o vivir y esperar el despiadado juicio del destino. Sea cual sea.
Me queda sólo una línea por delante, y creo que ya decidí lo que voy a escribir en ella, lo que quiero hacer.
Yo… elijo morir.
Epílogo
Sentado en un tronco a la vera de una pequeño camino secundario, un hombre negro como la noche, con un traje igualmente negro, se encontraba silbando alegremente, haciendo bailar una brillante moneda de oro en los dedos de su mano derecha. La moneda giraba de un lado a otro con rapidez, reflejando tenuemente la luz de la luna. Adquirió más velocidad, hasta parecer un dorado espejismo en medio de la noche. De repente, los dedos del hombre se detuvieron. Empuñó la moneda por un momento, y luego la depositó en un bolsillo de su chaqueta.
Parecía esperar a alguien.
Pocos minutos después, un apuesto joven, que vestía jeans y chaqueta negra, apareció por un recodo del sendero, caminando tranquilamente. También silbaba.
El negro lo observó con mirada divertida. Cuando llegó a su altura, el joven se detuvo y se quedó mirándolo a su vez, con las manos en los bolsillos y actitud despreocupada.
—¿Y bien? —preguntó el joven.
—Está hecho, hijo. Te lo prometí, ¿no?
—Sí, es cierto. ¿Lo comprobaste?
—No fue necesario. Tengo otros medios, como bien sabes, y me he enterado al instante. Está muerto. Se pegó un tiro en la cabeza.
—¡Vaya! Esperaba que a lo mejor no lo hiciera y así pudieras divertirte un poco con él.
—Sí, es una pena —contestó el negro sonriendo, y sus ojos despidieron un brillo rojo que destelló en la oscuridad, iluminando su rostro y descubriendo su diabólica apariencia.
—Sí, una pena —repitió el joven.
—Pero obtuviste lo que querías, hijo, y de la mejor forma. Sin manchar tus manos. Además, lo que me darás a cambio será para tu propio beneficio. Tu lealtad y servicio serán recompensados con tal poder y sabiduría que tu mente mortal aún no alcanza a comprender.
El joven sonrió y miró pensativo las estrellas. La luz de la luna iluminó por un momento su rostro, antes de esconderse tras un cúmulo de nubes. Tenía una mata de largo cabello negro recogida en una cola, una tersa piel blanca y una marca con forma de huella dactilar en su mejilla derecha. Era apuesto, bastante apuesto, a pesar de la quemadura cicatrizada que cubría toda su mejilla izquierda y parte de su cuello.
—Bueno, ¿qué tal si vamos a dar un paseo por el pueblo, William?
El joven bajó la vista de nuevo y le sonrió al hombre del traje negro, que ya se había incorporado.
—Como usted ordene, Mi Señor —dijo.
FIN
Publicado originalmente en Ka Tet Corp. por Calavera en Junio de 2010.