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domingo, 17 de febrero de 2013

EN OTRO TIEMPO

El presente relato ocupó el 4to. puesto en el «Concurso Zombi», organizado el pasado mes de enero por la revista El Tintazo, la revista de literatura popular en español. 


EN OTRO TIEMPO





—John… Johnny… ¿Estás dormido?
—Mmmm… —murmuró Johnny desde algún lugar bajo las cobijas.
—¿Johnny?
—Mmmm…
—¿Estás dormido?
—¡Mmmierda! ¡Lo estaba, Eddie! —exclamó Johnny de repente, somnoliento y malhumorado—. Lo estaba hasta hace unos segundos. ¿Por qué siempre tienes que estar despertándome?
—Es que no puedo dormir —dijo Eddie sin mayores preámbulos.
—Y has decidido ser justo y equitativo despertándome a mí también, ¿no? —replicó Johnny incorporándose en la cama mientras se restregaba los ojos.
—¿Cómo dices? —Eddie, evidentemente, no entendía el significado de la palabra ironía.
—Olvídalo —dijo su hermano mayor estirando los brazos—. ¿Qué tienes ahora? Cuéntame. Johnny Vélez siempre está todo oídos para su hermanito menor.
—Es por lo que nos contó mamá anoche —confesó el pequeño después de un leve titubeo.
A juzgar por sus ojos enrojecidos, había estado llorando.
—Mamá Lauren nos contó muchas cosas anoche —terció el mayor.
Johnny nunca se dirigía a ella como «mamá», «ma» o «mami». Para él siempre había sido «mamá Lauren». Eso era porque en realidad no era su madre de nacimiento. Lauren había encontrado a Johnny vagando por las calles cuando tenía siete años, y aunque este la consideraba su mamá de verdad —hasta un niño de nueve años como Eddie sabía que la madre de verdad era la que te daba amor y sustento; no necesariamente la que te daba la vida—, a lo más que había logrado acostumbrarse era a llamarla «mamá Lauren».
—Lo sé —dijo Eddie—, pero ya sabes a qué me refiero.
Johnny lo sabía. Desde luego que lo sabía. Pero había tratado de eludir el tema haciéndose el desentendido. Cuando Lauren lo acogió y lo llevo a casa, Eddie apenas tenía tres años, y a pesar de su corta edad desde un comienzo Johnny había asumido una postura protectora para con su nuevo hermano. Sin embargo, en ese momento se dio cuenta de que sería inútil evadir el tema.
—Te refieres a los Otros. —No era una pregunta, por supuesto.
—Sí, a los… ya sabes…
—Sí, lo sé —dijo Johnny—. Pero lo que nos contó mamá Lauren es solo un rumor. El último de los Otros fue exterminado hace ya nueve años. Ni siquiera habías aprendido a caminar. Eras un crío de apenas unos meses. ¿Y quién sabe? A lo mejor se lo inventó, o la persona que se lo contó a ella se lo inventó, qué sé yo…
—Tengo miedo —anunció Eddie reprimiendo un escalofrío.
Eran casi las cinco de la mañana, y solo el susurro del viento en los aleros quebraba la quietud de la madrugada. En ese momento, la luz de una luna tardía se coló entre un cúmulo de nubes y sus rayos plateados se filtraron por la ventana entreabierta, creando alargados mosaicos con las sombras de las ramas de los árboles.
Eddie gimoteó.
Johnny sintió una mezcla de pesar y rabia. En ocasiones su hermano menor lo sacaba de quicio. No era esa la primera vez que lo despertaba en medio de la noche quejándose de una cosa u otra, y bien sabía que tampoco sería la última. Pero siempre trataba de recordarse que solo tenía nueve años, cuatro menos que él, y que a esa edad una sombra se convertía en una figura acechante, un crujido en los tablones del suelo era un ruido de ultratumba y la puerta abierta del armario un portal abierto a seres desconocidos.
Eran niños, se recordó, y los niños a veces sentían miedo. Era parte de la vida.
Un poco a regañadientes, Johnny se bajó de su cama y se pasó a la de su hermano.
—Córrete, colega. Hazme espacio. Vamos a charlar un rato.
Eddie hizo lo que se le pedía con una gran sonrisa en el rostro. Cuando Johnny decía «vamos a charlar un rato», significaba que en realidad era él quien iba a hablar, que se avecinaba una de las grandiosas historias de Johnny, marca registrada. A Eddie le encantaban, y siempre estaba ansioso por escucharlas. Johnny leía mucho, era sagaz, inquieto e inteligente, y sabía transportarte con sus relatos, tenía el tono de voz adecuado, y sabía imprimirle el suspenso necesario que exigía cada pasaje del relato. Cada vez, Eddie no podía dejar de mirarlo con los ojos desorbitados, absorto en la narración. En el fondo, quería ser como su hermano mayor, aunque este apenas le llevara cuatro años.
Una vez estuvieron ambos acomodados en la cama de Eddie, cada uno con su respectiva cobija, Johnny comenzó a hablar.
—¿Sabías que mamá Lauren estuvo al frente de un grupo que acabó con gran parte de los Otros que poblaba esta ciudad?
Eddie, como era de esperarse, abrió los ojos como platos.
—Así es, Eddie. Me lo contó una vez. Supongo que ahora que soy mayor…
—Solo tienes trece… —interrumpió Eddie.
—Casi catorce —contraatacó Johnny—, y soy maduro para mi edad. De todas formas, creo que quería contárselo a uno de los dos y tú aún no tienes la edad suficiente. De hecho, creo que prefiere mantenerte al margen del tema. No sé por qué. Así que ni se te ocurra hablarle de lo que te voy a contar, ¿de acuerdo?
—De acuerdo —aceptó Eddie.
—Pacto entre hermanos —dijo Johnny alargando el dedo meñique.
—Pacto entre hermanos —repitió el menor, enganchando el suyo propio con el de Johnny.
Una vez hecho el juramento, este último prosiguió.
—Bueno, supongo que has oído hablar del Virus.
—Un poco —confesó Eddie—, pero solo de oídas.
—A decir verdad, yo tampoco lo tengo muy claro. Pero sé que ocurrió de repente una tarde de finales de octubre de hace diez años. En ese entonces yo solo era un mocoso de tres, y no recuerdo nada de nada. Mis recuerdos de aquella época son confusos. Solo tengo una imagen de mí mismo deambulando de grupo en grupo y de mano en mano, huérfano, berreando a más no poder todo el tiempo. Creo que podría haberme convertido en un retrasado mental o en un catatónico…
—Cata ¿qué? —interrumpió nuevamente Eddie.
—Catatónico. Es algo parecido a lo que te pasa a ti cuando ves la tele.
Eddie rio, entendiendo a qué se refería su hermano, y lo animó a proseguir.
—Ese podría haber sido mi destino —continuó Johnny—, de no ser porque, cuando tenía siete años, escapé del refugio en que vivía y comencé a vagar sin rumbo.
—¿Te fugaste? ¿Con solo siete años?—preguntó sorprendido el menor.
—Sí —asintió su hermano—. Comprenderás que, aún cuatro años después, y aunque habían pasado tres años desde que los Otros fueran exterminados, todo permanecía envuelto en el caos. Había mucha desorganización. Ibas de refugio en refugio, de un lugar a otro, sin asentarte definitivamente en ninguna parte. Corrían rumores de sitios mejores que siempre quedaban en nada, así que fugarme esa noche fue lo mejor que pude haber hecho, aunque no recuerdo por qué lo hice. Dos días más tarde, mamá Lauren me encontró hurgando en un bote de basura en busca de comida, un chiquillo sucio y andrajoso. Y hambriento. Muy hambriento. Me encontró, y me trajo a casa…
—¿Y dices que mamá comandaba uno de esos grupos?
—A eso iba, Eddie, a eso iba. Mamá Lauren era la líder de un grupo llamado Nuevo… Nuevo algo… Ahora no lo recuerdo… Yo nunca conocí cualquier cosa que se le parezca. Las manadas por las que pasé eran simples salvajes sin Dios ni ley que se dedicaban a hacer lo que les venía en gana. Eso fue antes de que grupos como el de mamá Lauren pusieran algo de orden y la ciudad retornara medianamente a lo que había sido alguna vez. Eso lo sé de oídas, desde luego, porque no recuerdo casi nada del mundo antes del Virus.
—¿Y mamá mató a muchos de los Otros?
—Así es. Su primer gran golpe, como ella misma lo definió, fue en el Centro de Convenciones. ¿Recuerdas las ruinas que te enseñé el otro día?
—Sí —asintió Eddie con aire concentrado.
—Allí fue donde eliminó a los primeros. Pero ese fue solo el primer golpe de muchos que daría durante el siguiente año. Al comienzo, según me contó, fue muy difícil, pero los Otros no contaban con nuestra sagacidad y planificación, y muy pronto fueron cayendo por todas partes. Por supuesto, todos los medios de comunicación colapsaron después del Virus, pero casi un año y medio después pudieron restituirse por completo las conexiones, y fue ahí cuando no enteramos de que en las grandes ciudades del mundo el mal también había sido diezmado, de manera lenta pero infalible.
»Fue un gran día, me contó mamá Lauren, y como tal lo festejaron a lo largo y ancho de la ciudad y del país.
—¿Pero cómo puedes estar seguro de que no van a regresar?
—Porque, créeme, todos fueron aniquilados.
—¿Y si nos ataca otro Virus? —inquirió Eddie, asustado.
—A los Otros los afectó de una manera muy diferente, para bien o para mal —lo tranquilizó Johnny—, y sea lo que sea que haya pasado, todo eso quedó atrás. No creo que vuelva a suceder. Al menos no de esa manera.
—Si tú lo dices —dijo el pequeño no muy convencido.
—Mira, Eddie, no te voy a negar que fue algo horrible. Mamá Lauren me ha contado algunos detalles. En cierta forma, deberíamos estar agradecidos de que no tengamos recuerdos de todo ese apocalipsis. ¿No te parece?
—Si tú lo dices —repitió Eddie.
Johnny se quedó mirándole, buscando la forma de tranquilizarlo.
Se le ocurrió una.
—¿Sabías que tú ya estabas en el vientre de tu madre cuando ocurrió lo del Virus?
El pequeño abrió la boca, sorprendido.
—Así es —continuó el mayor—. Mamá Lauren combatió con todos esos seres estando en embarazo. Fue una guerrera. De las que hacen historia. Así que tú has heredado esa fuerza, estoy completamente seguro.
—¿Tú crees? —preguntó Eddie más animado.
—Pues claro —le aseguró su hermano—. ¿Alguna vez te he mentido?
—No, jamás.
—Bueno, esta no es la excepción. Edward Vélez será un tipo de cuidado, te lo digo yo. Ay de quienes se metan con él.
Y le guiñó un ojo con aire cómplice.
Eddie se hinchó de orgullo. La aprobación de su hermano era muy importante para él. No por nada quería ser como Johnny.
—¿Quieres que te cuente otra historia? —propuso este de pronto.
—¡Sí! ¡Otra! —no se hizo esperar el pequeño, emocionado.
—¿Oíste hablar alguna vez de un pueblo llamado Soledad?
—No, nunca.
—Pues no es un pueblo cualquiera.
—¿Ah, no?
—No. Soledad es un pueblo fantasma.
—Uaaauuu… —susurró Eddie, arrebujándose nuevamente entre las cobijas.
—En otro tiempo —comenzó Johnny—, cuando aún era un pueblo pujante y próspero, ocurrieron una serie de incidentes que cambiaron su historia para siempre. Bueno, a decir verdad, todo había comenzado desde mucho tiempo atrás, pero nadie lo sabía. La historia que te voy a contar gira alrededor de una familia. La familia Benavides…
No importó que la noche diera paso al día mientras los chicos hablaban, mientras Johnny contaba su historia y su hermano menor lo acribillaba a preguntas cada tanto. Y cuando el sol salió y los primeros rayos iluminaron la habitación ellos apenas se dieron cuenta.
Eran casi las siete de la mañana cuando su madre entró a la alcoba que ambos compartían desde que Johnny llegara a la casa. No le sorprendió encontrarlos despiertos y charlando animadamente.
No era la primera vez.
—Será mejor que se apresuren si no quieren llegar tarde a la escuela —anunció con una autoridad no exenta de cariño.
Ambos estudiaban en el horario de la mañana, entre las siete y treinta y la una de la tarde, y tal como Lauren les acababa de decir, estaban justos de tiempo.
—No tarden. El desayuno está servido.
—Sí, mamá —dijo Eddie.
—Sí, mamá Lauren —dijo Johnny.
Y ambos se apresuraron a levantarse.
Una vez aseados y vestidos, bajaron rápidamente las escaleras, cruzaron el pasillo y entraron a la cocina.
El olor agrio y penetrante proveniente de los platos servidos hizo que se les hiciera agua la boca, y comenzaran a salivar, ansiosos.
Ambos intercambiaron una mirada rojiza y legañosa, y preguntaron:
—¿Qué hay de comer?
Ya lo sabían, pero esa era la costumbre.
—Lo de siempre —respondió su madre desde el fregadero sin voltearse a mirar.
Esa también era la costumbre.
Las tripas rugieron en el vientre de los chicos, y los rostros violáceos se encogieron con una mueca de avidez, enseñando unos dientes amarillentos en una sonrisa felina.
Cuando lanzaron la exclamación, presas del hambre, lo hicieron al unísono con voz átona y monocorde:
—¡Cerebrooooo!






domingo, 3 de febrero de 2013

Fantasmas, de Joe Hill


De una originalidad deslumbrante, aquí tenemos la galardonada colección de visiones y pesadillas del escritor Nº 1 en ventas del New York Times, autor de "El Traje del Muerto".

Imogene es joven y guapa. Besa como una actriz y conoce absolutamente todas y cada una de las películas que se han filmado. El caso es que también está muerta y a la espera de Alec Sheldon en el teatro Rosebud una tarde de 1945…

Arthur Rod es un niño solitario con unas ideas brillantes y un don para atraer los malos tratos. No es fácil hacer amigos cuando eres el único chico hinchable de tu ciudad…

Francis no es feliz. Francis fue humano una vez, pero eso fue hace ya algún tiempo. Ahora es una langosta de dos metros y medio de altura, y todo el mundo en Calliphora se estremece cada vez que lo escuchan cantar…

John Finney está encerrado en un sótano lleno de manchas de sangre que pertenecen a los asesinatos de otra media docena de chicos. Con él en el sótano hay un viejo teléfono, desconectado desde hace mucho tiempo, pero que cada noche suena con llamadas de los muertos…

Joseph Hillstrom King nació el 4 de junio de 1972 en Hermon, Maine, Estados Unidos. Además de escritor es creador de cómics, y es afamado por renovar los géneros del terror, la fantasía oscura y la ciencia ficción. Nacido en una familia de escritores, Hill escogió usar una forma abreviada de su nombre de pila (una referencia a un líder obrero ejecutado, Joe Hill, en honor de quien recibió su nombre) en 1997, con el deseo de tener éxito basado solamente en sus propios méritos en lugar de como el hijo de Stephen King, un autor que seguro le sonará de algo al lector asiduo de este blog. ;)

Después de lograr un grado de éxito independiente, Hill reveló su identidad en 2007 después de que un artículo en la revista estadounidense Variety rompiera su cubierta.

Joe Hill
Ha recibido gran variedad de premios en su corta trayectoria, entre ellos el World Fantasy Award. También recibió los premios Bram Stoker Award y British Fantasy Award por la colección de relatos de que tratamos en esta entrada…

Es difícil pensar en Joe Hill sin pensar en su padre, y seguramente, a pesar de que esa fuera su intención desde el comienzo al ponerse un seudónimo que no anunciara a gritos su procedencia, es inevitable que lo hagamos por más que deseemos ser justos y evitarlo.

Sin embargo, Joe Hill ha sabido abrirse camino fuera de la sombra de su padre. De hecho, la primera vez que oí hablar de él no tenía idea de que fuera el hijo de Stephen King. A lo mejor, cuando lo hice, hasta pensé que podía tratarse de un rumor, y asumí los comentarios favorables tomando nota para futuras lecturas. Tarde o temprano, de todas formas, descubres la verdad, y no puedes evitar caer en las comparaciones. Estas, he escuchado decir desde pequeño, son odiosas, pero ¿qué le vamos a hacer? :/

Cuando leí El Traje del Muerto lo comparé con su padre, lo confieso, pero pasadas unas cuantas páginas me olvidé del tema y disfruté de la novela por sus propios méritos. Y me pareció muy buena, a decir verdad, con personajes muy bien definidos, un ritmo sumamente ágil, y un suspenso que mantiene la atención del lector conectada con la historia. Recuerdo que me leí más de la mitad del libro, por allá a mediados de 2010, en una fría tarde de viernes en que me sumergí por completo, viendo pasar las páginas con rapidez creciente…

No recuerdo los detalles del final, pero sí que me gustó mucho y que me dejó un buen sabor de boca. Porque si algo tiene Joe Hill es que sus historias, sin duda alguna, atrapan. Son sólidas, entretenidas y bien estructuradas.

Por eso llevaba muchísimo tiempo deseando leer su antología, originalmente titulada 20th Century Ghosts. Ese deseo surgió con fuerza cuando leí una crónica del libro en la revista digital argentina Insomnia, donde curiosamente la sinopsis de uno de los relatos quedó grabada a fuego en mi memoria. Ese relato era El teléfono negro. Me atrajo muchísimo la idea, y no veía la hora de leerlo. Pero, a diferencia de El Traje del Muerto, Fantasmas, siendo incluso su primer libro, tardó muchísimo en llegar a Colombia. Apenas en la reciente Fiesta del Libro y la Cultura pude hacerme con un ejemplar, además de con uno de su novela Cuernos.

Antes de eso, sin embargo, cuando alguien mencionaba la antología, mi mente hacía una rápida asociación: Fantasmas = El teléfono negro. Siempre era así. Hasta tal punto me atraía la historia.

En el último par de semanas, finalmente, pude saciar mi curiosidad, y el sentimiento una vez leído el relato fue de “es muy bueno, pero esperaba algo más”.

Y creo que ese sentimiento se ajusta a toda la antología.

Luther, en su blog Friki Mortis, escribió hace poco una reseña de Fantasmas, en la que califica el prólogo, escrito por Christopher Golden, de “odioso y adulador”. En su momento no me paré a pensarlo, pero al leer su reseña, sí que caí en la cuenta de lo empalagoso y adulador que resultaba, llenando a Joe Hill de palabras melosas y alabanzas que no necesita. Tanta palabrería es innecesaria. Primero porque Joe Hill es de verdad muy bueno, y no necesita alguien que se empeñe tanto en dejarlo claro. Pero, por otra parte, porque Fantasmas es una antología que en realidad no es tan buena como parece.

Joe, lo dije más arriba, escribe muy bien. Condenadamente bien, al menos desde mi humilde punto de vista, pero, para bien o para mal, tiene la costumbre de escribir finales demasiado abiertos que dejan al lector con la sensación de que quedó algo pendiente, o de que definitivamente la historia nunca tuvo pies ni cabeza.

Algunos relatos, al final, terminan siendo simples anécdotas. Otros simplemente lucen inconclusos, y otros tantos, como el que, para mí, se llevó el premio al peor de la antología (Oirás cantar a la langosta), sencillamente no tienen razón de ser.

Originalidad no le falta a Joe Hill, tampoco imaginación, pero en ocasiones, a pesar de ello, o quizá precisamente debido a esto, terminas lamentando la forma en que terminan muchas de sus historias.   

El Rey y el Príncipe del terror 
El desayuno de la viuda, por poner un ejemplo, es un relato evocador, cautivante, que termina sin ningún destino claro luego de escasas catorce páginas.

La idea de Último aliento es una de las más originales que he leído, y podría haberse prestado para una historia larga e interesante, pero Hill la despacha con igual rapidez.

Madera muerta y La máquina de escribir de Sherezade (una especie de bonus track al final del libro) son en realidad más cercanos a leyendas urbanas que a relatos, pero cumplen su cometido. Mejor que en casa, Bobby Conroy regresa de entre los muertos (que al igual que mi amigo Luther me pregunto qué hace en la antología de John Joseph Adams, Zombies) o Carrera final, son relatos que terminan de repente, y que aunque también estén bien escritos, con personajes bien definidos y escenas interesantes, quedas diciéndote “¿y entonces?”, con una cara de incredulidad cercana a la desilusión.

Tal vez sea una manía de Hill, o quizá es que estamos acostumbrados a historias con finales más concretos…

Aun así, la antología tiene relatos tan buenos que hacen opacar aún más a los restantes.

El mejor cuento de terror tal vez sea de verdad el mejor cuento de la antología, o por lo menos uno de los mejores, y recuerdo que cuando lo leí lo hice en un santiamén. Me sentí embriagado con ese comienzo demoledor del libro, avanzando con una celeridad tal que parecía que hubiera perdido la palanca de frenos y fuera cuesta abajo hacia un precipicio. Al final, quedé maravillado, y pensé: “Si así va a ser toda la antología…, uaaauuuu…”

Sin embargo, el segundo relato, Un fantasma del siglo XX, fue de un tono más sosegado, entrañable y bien narrado. Bastante bueno. El tercero, La ley de la gravedad, además de entrañable y bien narrado, fue raro, una muestra más de la inagotable imaginación de Hill.

Pero el cuarto, Oirás cantar a la langosta, además de raro, rarísimo, fue inconcluso y sin pies ni cabeza. En ese momento pensé seriamente en dejar el libro de lado y ponerme a leer otra cosa, máxime cuando siempre he preferido leer novelas.


Joe Hill en Creepshow.
Desde pequeño siguiendo los pasos de su padre.

De ahí en más, vino una serie de altibajos que me dejaron un sinsabor extraño. Historias buenas y muy bien narradas, pero sin final… O ideas geniales desperdiciadas en unas cuantas páginas…

De todas formas, además de los anteriormente mencionados, rescato los relatos Hijos de Abraham, publicado por primera vez en la antología The Many Faces of Van Helsing, El teléfono negro, La capa (que fue adaptado al cómic), La máscara de mi padre, y el último, en realidad casi una novela corta narrada en primera persona, Reclusión voluntaria, que brilla como lo mejor de la antología y que casi hace que te olvides del resto.

He aquí el listado de relatos con una breve sinopsis de los mismos:

  • El mejor cuento de terror: Un editor de revistas de ficción, cansado de la monotonía de su oficio, recibe el ejemplar de una revista que incluye un relato calificado como “el mejor cuento de terror”. El autor está oculto en el misterio, y Eddie Carroll está dispuesto a descubrirlo…

  • Un fantasma del siglo XX: Se cuenta que en el cine Rosebud aparece de cuando en cuando el fantasma de una mujer. Pero su propietario sabe exactamente quien dice la verdad cuando asegura haberla visto…



  • La ley de la gravedad: Arthur es un chico inflable, y como tal goza de una vida que siempre pende de un hilo. Su corazón noble lo hará más vulnerable aún, pero su mejor amigo, quien nos narra la historia, está dispuesto a protegerlo…

  • Oirás cantar a la langosta: Francis, como en el famoso relato de Kafka, amanece un día convertido en un bicho monstruoso. Lo curioso, es que parece no molestarle…

  • Hijos de Abraham: Dos chicos que viven bajo la sombra autoritaria y rígida de su padre descubrirán un día su terrible verdad…

  • Mejor que en casa: Un chico autista nos narra las singularidades de su poco común existencia…

  • El teléfono negro: John Finney se encuentra encerrado en un sótano, solo, pero una noche suena un viejo teléfono averiado: tiene una llamada del más allá…

  • Carrera final: Wyatt se encuentra con una escena extraña de camino a su casa, justamente después de ser despedido de su trabajo…

  • La capa: Un chico descubre un día que su manta favorita, que él usa como capa todo el tiempo, le otorga el poder de volar. Para su desgracia, ese mismo día la pierde tras un lamentable accidente, y pasarán muchos años para que vuelva a recuperarla…

  • Último aliento: En un extraño museo, un aún más extraño hombre tiene la colección más grande de “últimos alientos” del mundo…

  • Madera muerta: ¿Pueden los árboles convertirse en fantasmas también…?

  • El desayuno de la viuda: Un chico recorre vagando el estado, colándose en un tren tras otro, sin rumbo fijo. Un día, el hambre lo obliga a tocar a la puerta de la viuda en busca de algo de comida…

  • Bobby Conroy regresa de entre los muertos: En el plató de la mítica película de George Romero tiene lugar un extraño reencuentro, en medio de personas vestidas y maquilladas como muertos salidos de sus tumbas…

  • La máscara de mi padre: Jack, muy a su pesar, es llevado por sus padres a pasar un fin de semana en la cabaña de su difunto abuelo, donde gran variedad de máscaras adornan el lugar. La regla es tener una puesta todo el tiempo, sobre todo si hay alguien que los está buscando…

  • Reclusión voluntaria: El hermano de Nolan, Morris, tiene una especie de desorden mental. Es callado, retraído, y le gusta estar construyendo cosas todo el tiempo. El sótano es su lugar de juego, y a veces, hasta casi sientes que te pierdes en uno de sus túneles hechos de cajas de cartón…

La sinopsis del último, La máquina de escribir de Sherezade, se las quedo debiendo, puesto que se trata de una especie de bonus track y no seré yo quien arruine la sorpresa. :P

En suma, Fantasmas es una colección de relatos un tanto irregulares. Unos muy buenos, otros no tanto, varios de ellos inconclusos, pero todos ellos, valga reconocerlo, muy bien narrados, con una prosa ágil, llenos de personajes bien definidos y situaciones interesantes unas veces, inquietantes otras, pero que siempre mantienen la atención del lector puesta en las páginas.

Con todo esto, quedo a la expectativa de lo que será Cuernos, que aún permanece archivado en mi biblioteca. :)

De lo que no hay duda es que Joe Hill es un autor que promete, y que además permanece en constante actividad. Su trabajo como guionista en el mundo de los cómics es bastante valorado, y el relato La capa, incluido en esta antología, ya goza con una adaptación que ha tenido gran aceptación. Con su padre ha participado en algunos relatos, entre ellos el recientemente publicado en la revista Esquire Colombia, En la hierba alta, que si bien me atrapó mucho en un comienzo, al final me dejó un gusto extraño.

Actualmente se encuentra trabajando en su nueva novela, NOS4A2 (léase Nosferatu), que se espera para la primavera de este año.

Un autor para seguir de cerca, desde luego…

;)