“El oscuro protagonista de esta novela es un
automóvil marca Plymouth de 1958 llamado Christine, un superviviente de un tiempo en que la gasolina era barata y el rock
and roll marcaba el ritmo de la época.
Arnie Cunningham está dispuesto a
conseguirlo a cualquier precio. Y lo consigue. Pero mientras trabaja en la
ardua tarea de restaurarlo, el coche da muestras de una terrible vida propia.
¿O es solo imaginación? Dennis, su mejor amigo, sigue creyéndolo así, pero la
gente muere en las oscuras calles y avenidas de Libertyville. Y llega un
momento en que Dennis ya no puede negar la aterradora verdad: Christine está viva…”
Una amiga de
Argentina, Marina Gareis, tan seguidora de Stephen King como yo, suele decir que antes de
llegar al claro al final del camino habría que leer toda la obra del Maestro
del Terror al menos dos veces. Yo, tan seguidor del escritor de Maine como
ella, creo que tiene razón. :)
Me gusta
releer libros, y siempre he pensado que hacerlo es como visitar a un viejo
amigo, uno con el que pasaste momentos memorables y del que tienes gratos
recuerdos. Revisitar lugares, revivir momentos y volver a ver esos personajes
que con el tiempo se tornaron de carne y hueso en tu mente, es algo que siempre
me ha agradado, y más con las historias de King, la mayoría de las cuales
guarda siempre un atractivo, un misterio, una magia entrañable que con el
tiempo quieres reavivar…
Pues bien, he
leído casi toda su obra —con la única excepción del último libro de
La Torre Oscura,
El Viento por la Cerradura (que aún no me llega de tierras
australes), la novela inédita
La Planta y
el libro sobre los Red Sox escrito en coautoría con Stewart O’Nan (sin
mencionar uno que otro relato que aún no aparece en nuestro idioma)—, y al día
de hoy he releído casi treinta de sus libros.
Christine era el que hacía más tiempo había leído y que aún no
revisitaba, y hacía mucho tiempo lo tenía pendiente, mirándolo de cuando en
cuando en la estantería y prometiéndome a mí mismo hacerlo más pronto que tarde.
Pero pasaron
muchos meses, hasta que hace poco concerté la relectura conjunta con algunos
amigos de Argentina, y fue esta la ocasión perfecta para hacerlo…, aunque al final
me quedé muy atrás con respecto a ellos por cuestiones de tiempo… :(
En todo
caso, esta tarde finalmente lo terminé y, como casi siempre con el Maestro del
Terror, la lectura ha sido sumamente grata. Más tratándose de un clásico del
género como lo es Christine.
La historia
del auto que cobra vida mágicamente y se torna vengativo y sangrientamente
violento ha dejado huella no solo en la historia de la literatura de terror,
sino también en la historia del cine. La adaptación de John Carpenter en 1983
inmortalizó para siempre el Plymouth Fury del 58 rojo y blanco, y decenas de
miles de modelos a escala del mítico coche se han vendido como pan caliente en
los últimos treinta años. Yo, de hecho, aún quiero el mío… :’( Por ejemplo, uno
como este:
Es uno de
esos íconos que con el tiempo reconoces en cualquier lugar, uno que además ha
gozado de numerosos “cameos” en películas y series de televisión, y del que de verdad
me muero por tener un modelo adornando mi estantería…
Pero todo
nace en un comienzo, desde luego, de la mente del inigualable escritor de
Maine, que en 1983, tras haber hablado ya en sus novelas de telequinesis,
vampiros, hoteles encantados, poderes sensoriales, piroquinesis y plagas
apocalípticas, reinventando y revitalizando en todos los casos esos lugares
comunes del género, decidió hablar esta vez de un coche encantando…, por
definirlo de alguna manera.
Viniendo de
la pluma de un escritor del común la idea podría lucir risible e incluso
ridícula, pero King supo dotarla, como siempre lo hace, de una vida y una magia
como pocos podrían haberlo hecho. Y esto, claro está, gracias a su estilo sincero,
ameno y coloquial, que te lleva de la mano del narrador a vivir la historia de
una persona para nada extraordinaria, alguien que podría ser tu propio vecino,
que termina metida en situaciones límite. Y es que en la figura de Arnie podría
uno sentirse perfectamente identificado. Sus miedos, sus temores, sus
flaquezas, podrían ser las de cualquiera de nosotros. Y cuando Christine aparece de pronto para cambiar
su vida, es inevitable ponernos de parte del tímido chico, y sonreír
internamente a medida que se va superando y dejando atrás todo lo que siempre
ha sido motivo de desdicha…, aunque ello le lleve a ponerse en contra de sus
propios padres, de su mejor amigo, e incluso, al final, de sí mismo…
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Stephen King y Christine |
La historia
está dividida en tres partes, dos de las cuales —la primera y la última— son
narradas en primera persona por el mejor amigo de Arnie, Dennis Guilder, dotando
la narración de una atmósfera entrañable y muy cercana, como todas las
historias de Stephen King que son narradas de esta manera. La segunda parte,
con su narrador omnisciente, es, no obstante, tanto o más atractiva que las
otras dos, pues nos lleva a lugares más recónditos y oscuros que no están al
alcance del primero.
Adornada
cada capítulo con extractos de canciones de los cincuenta, llena toda ella con
ese ambiente rockandrollero a pesar de transcurrir a finales de la década de
los setenta, la novela irá tornándose oscura a medida que avanzas en sus
páginas, y al final la sombra del mítico auto que surge de las cenizas del
garaje de LeBay, el desagradable propietario original, al espeluznante esplendor
final, se extenderá, muerte tras muerte, hasta alcanzarlo todo y no dejar otra
opción que enfrentarse a él… o a ella, como
se refieren los protagonistas, como si el auto fuese en realidad una chica de
la que Arnie se enamora perdidamente…
Tal vez no
sea una de las novelas más significativas de este escritor, pero sin duda es un
clásico del género
que tiene un lugar especial en el corazón de los seguidores
del Maestro…
La película de
Carpenter, por cierto, protagonizada por Keith Gordon, John Stockwell,
Alexandra Paul y Harry Dean Stanton, es una de las pocas adaptaciones de una
novela de King que vale la pena ver. Muy recomendable.
Diez años
habían pasado desde que la leí por vez primera, y aunque hubiera preferido
tardar mucho menos en esta ocasión, su lectura ha sido bastante amena y
entretenida.
No está de
más, como sucediera precisamente con la última novela reseñada en este blog —
El Dragón Flotante, de Peter Straub—,
recomendarle al lector que si cae en sus manos la edición que ilustra esta
entrada, es decir, la del Círculo de Lectores, se abstenga, por lo que más
quiera, de leer la sinopsis. Si la novela anteriormente citada era arruinada,
en este caso es poco menos que destripada. No sé qué pasaba por la cabeza del
que lo hizo en ese momento, y mucho menos por la de la editorial al permitir
publicar semejantes
spoilers, pero no
hay caso… El hipotético lector de este blog queda avisado… ;)