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jueves, 19 de septiembre de 2013

DIARIO DE UN MUERTO – Guía de Capítulos




Hoy hace dos años Adrián Granatto y un servidor dimos por terminado este inolvidable proyecto, y es inevitable recordar, una vez más, todo lo que significó para nosotros, tanto por la experiencia que nos representó como escritores primerizos, como también por todos los hechos que sucedieron a lo largo de los cinco meses que duró la escritura de la novela.

Risas, discusiones, retrasos, sorpresas, obstáculos, aprendizajes, trasnochos, alegrías, carreras contrarreloj y en general un camino lleno de altibajos que a la postre devinieron en una sensación indescriptible de orgullo y satisfacción por haber llevado la historia a buen puerto.

De modo que hoy quiero aprovechar la ocasión para saldar una deuda pendiente: una práctica Guía de Capítulos que seguramente hará las cosas más fáciles para el hipotético lector que en algún momento desee enfrascarse en la lectura de una historia que tiene ingredientes de terror, suspenso y novela negra, y hasta algunos toques de humor de cuando en cuando.

A pesar de que el Blog cuenta con una herramienta que al final de cada entrada le sugiere al lector otras entradas relacionadas, y aunque hurgando un poco puede uno hallar el hilo conductor de los capítulos, soy consciente de que para el lector promedio puede ser dificultoso encontrar las sucesivas entregas de Diario de un Muerto, de modo que de ahora en adelante estará disponible esta guía para hacer la lectura más práctica, y a la cual se podrá acceder mediante el banner ubicado en la columna derecha en el apartado “Renegados”.

Al final incluyo tres enlaces adicionales: Detrás de Diario de un Muerto, Ferrari y Bienvenidos a Soledad. El primero es una crónica que relata los pormenores de la creación del Diario. Y los dos últimos son relatos escritos por Adrián y por mí, respectivamente, y que están estrechamente ligados a la novela.


DIARIO DE UN MUERTO – Guía de Capítulos

Libro I






































Libro II


































Espero que sean lecturas del agrado de todos. ;)


lunes, 24 de octubre de 2011

Detrás de… DIARIO DE UN MUERTO


AVISO IMPORTANTE: Este ensayo contiene SPOILERS de DIARIO DE UN MUERTO.



Los Renegados presentan:

Detrás de…
DIARIO DE UN MUERTO

Escrito por George Valencia (Calavera)






Diario de un Muerto, que terminaría cuatro meses y diecinueve capítulos después (si acaso terminó alguna vez), comenzó, hasta donde sé o puedo contar, con una extraña frase que flotaba a lo largo del arroyo de la mente anegada de Calavera.
Aunque, en honor a la verdad, si bien la historia comienza así, la génesis del proyecto se dio de una manera totalmente inesperada…


1

A Adrián Granatto lo conocí en “Todo Stephen King”, la página oficial en castellano del escritor de Maine en Facebook, creada por la editorial Random House Mondadori. La página nació en mayo de 2010, y Adrián y yo estuvimos allí casi desde el principio.
Por esos días éramos pocos los asiduos, y recuerdo que Adrián solía poner continuamente enlaces a sus relatos y yo me preguntaba de dónde sacaba tantas ideas. Confieso que no los leía todos por falta de tiempo, pero sí unos cuantos, y rápidamente comprobé que era un narrador fabuloso, con un toque de humor muy propio que hacía sus relatos sumamente amenos.
Intercambiamos algunos post sobre temas de Stephen King y a través de ellos Adrián se me presentaba como alguien con un sentido del humor extraño y un tanto polémico.
Yo también colgué en varias ocasiones enlaces a relatos de mi autoría (muy pocos, pues nunca he sido tan prolífico como él), y él a su vez leyó algunos de ellos. Supongo que le gustaron, pues cuando surgió la idea de escribir una novela en conjunto con otros tres compañeros de Todo Stephen King, y al saber que yo participaría, Adrián se apuntó de inmediato.
Lastimosamente, por cosas del Ka (Destino), Adrián y yo no continuamos en el proyecto de los que luego serían conocidos como Los Novelistas Brutos, pero el interés de escribir algo juntos siguió latente…


Poco después, Adrián, en compañía de Mauricio Howlin, también argentino, comenzó a publicar un relato por entregas titulado Howlin (sí, el loco le robó el apellido a su amigo para titular la historia). Leí el primer capítulo y me fascinó. Era una mezcla de fantasía, humor y misterio, con muchos guiños a la obra del Maestro del Terror. Por esos días me convertí en lector fiel de la historia y la seguía a la par de Opopónaco, el proyecto novelístico de Los Novelistas Brutos. Fueron llegando los capítulos, la historia me siguió atrapando cada vez más, y le hice saber mi entusiasmo a Adrián. Luego me incluyó en un cameo en la historia (ocurrencia que repetiría más tarde en Diario de un Muerto) y un día, de pronto, me sugirió la idea de participar como escritor invitado en un capítulo de Howlin.
La propuesta me gustó mucho, puesto que la trama me fascinaba, así que cuando luego de leer el Capítulo VII se me prendió el bombillo, le pedí el turno, y comencé a escribir. Recuerdo que estuve absorbido toda una tarde por la narración. Fue en vacaciones, mientras me recuperaba de una aguda varicela.
Resultó ser uno de los capítulos más largos de Howlin y personalmente quedé muy satisfecho con el resultado. A ellos también les gustó, y quedó hecha la invitación para participar en futuros capítulos.
Fue esa precisamente la razón de que lamentara muchísimo que muy pronto la continuación del relato quedara pospuesta. En efecto, los próximos capítulos se fueron espaciando cada vez más y luego del décimo, publicado el 28 de febrero de 2011, la cosa quedó en “stand by”…


2

Entonces, el 28 de abril, justo dos meses después, le envié un mensaje a Adrián preguntándole qué había pasado con la historia. Ese mismo día me respondió que a Mauricio le quedaba cada vez más difícil dedicarle tiempo al proyecto, y que la idea no era hacerlo él solo…
Me contó algo sobre la creación del blog conjunto entre él, Mauricio y Gloria (otra escritora aficionada), y de cómo al final habían terminado separándose…
Fue entonces cuando me soltó lo siguiente: “A todo esto: ¿te copa la idea de escribir algo juntos? Cortito, pero con esa cosa de subirlo cada uno en su propio blog y colocar los enlaces. Y con Howlin voy a ver qué hago. Mauricio me dijo que lo siga, pero no sé, es un quilombo hacerlo solo…
Le respondí que lamentaba mucho lo de Howlin, y que sería genial que lo continuáramos entre ambos, siempre y cuando contáramos con la aprobación de Mauricio. Hablamos algo sobre retomarlo, luego sobre ponernos un nombre, y sobre cómo manejaríamos la publicación en los blogs…
Le comenté también que tenía un relato empezado y que tal vez sería un buen punto de partida para comenzar un proyecto conjunto…


“Ayer me suicidé de nuevo”.
La frase se me ocurrió una tarde en el trabajo, y me gustó muchísimo. Me parecía que tenía fuerza, sonoridad, y que lucía tan extraña y contradictoria que de inmediato llamaba la atención. Tenía la vaga idea de un fantasma desempleado que no tenía más que hacer que estar experimentando formas de suicidio y deambulando aquí y allá, visitando viejos conocidos que aún vivían, o espiando a su antigua novia, o qué sé yo… Esa era la idea básica, pero he de confesar que hice unos tres intentos de escribir algo partiendo de allí sin ningún resultado. No me salían más que tres párrafos. Reescribí un comienzo de lo que pensaba sería un relato corto, pero, repito, no pasaba de tres párrafos. De cuando en cuando abría el archivo, releía, y agregaba dos o tres líneas, pero nada más…
Lo que muy pocos saben es que cuando surgió la idea del proyecto Opopónaco, sugerí dicha frase para el comienzo y con ella Adrián escribió un primer capítulo corto que ahora está perdido en el exotránsito…
Después, puesto que una vez más el uso de la frase quedó en nada, ésta siguió esperando su momento.
Y ese momento llegó.
Le envié aquellos tres párrafos a Adrián y a éste le gustó la idea, así que me puse a trabajar, posponiendo temporalmente la continuación del proyecto Howlin. Reescribí de nuevo el comienzo, y esta vez fluyó naturalmente lo que terminaría siendo el primer capítulo de Diario de un Muerto. Era una mezcla de humor con algo de misterio sobrenatural, como una fusión del estilo de Adrián y del mío, aunque ese primer capítulo lo escribiera yo…
Finalmente la frase tenía su lugar, y comenzábamos la historia y el proyecto con no pocas expectativas…
  

lunes, 19 de septiembre de 2011

DIARIO DE UN MUERTO / Capítulo XIX


Los Renegados presentan:

DIARIO DE UN MUERTO
Capítulo XIX

Escrito por: George Valencia (Calavera)





1

Oscuridad.
No me resulta ajena. Es como estar de nuevo en el útero materno, arropado en un mundo perfecto mientras los latidos del corazón que comparte viaje con el mío me envuelven en un ritmo suave y cadencioso, arrullándome, creando una sensación de bienestar que elimina todo pensamiento preocupante.
Es en este estado cuando comprendo por qué buscaba suicidarme continuamente aún estando muerto: aquí me siento en paz conmigo mismo. Es como un renacimiento, un nuevo comienzo, otra oportunidad para cambiar mi vida.
De pronto, todos los recuerdos golpean mi mente como una ola azotándose contra la escollera. Abro los ojos, poniéndome en pie, con un nombre brotando de mis labios:
—Jessy…
Por encima de mí se extiende el cielo más azul que jamás haya visto. Es de una perfección abrumadora; pero a la vez, tal como debería ser un cielo, libre de esmog. Debajo de mí no hay hierba, como siempre sucede, sino una niebla húmeda y esponjosa que se mueve y ondea. De hecho, no siento un suelo bajo mis pies; al menos no como estamos acostumbrados a percibirlo. Es como si estuviese suspendido en medio de la nada.
A mi alrededor, la blancura se extiende hasta el infinito, apenas demarcada por el azul de este firmamento sin nubes.
“Alan”, escucho susurrar.
Es la voz del claro, o la que oigo cuando estoy en él. El problema es que no estoy allí, ni tampoco la escucho en mi cabeza, como siempre ha sido el caso. Esta vez proviene de un lugar a mi derecha.
Una figura menuda se acerca hasta mí, se detiene y sonríe.
—Has llegado —dice extendiendo sus manos y acariciándome el cabello—. Bienvenido, hijo.
—¿Ma-mamá? —tartamudeo.
—Sí, Alan, soy yo. —Sus manos siguen acariciando mi rostro y se humedecen con mis lágrimas—. Estabas perdido y te encontré.
Me echo a sus brazos y dejo que el llanto tome el control.
—¡Mamá! ¡Te extrañé tanto!


2

—¿Dónde estamos? —pregunto después de estar seguro de que no se trata de un juego de mi mente confundida—. ¿Es esto el cielo?
—No. Es un pasaje intermedio, una pausa en el camino. Los que llegan aquí deben esperar a que se tome una resolución sobre su próxima morada.
—¡Tú eras la voz que escuchaba en el claro! No te reconocí… —admito con vergüenza—. ¿Por qué no me lo dijiste?
—Existen reglas, Alan. Contigo me han permitido romper unas cuantas, dado lo especial que eres.
—¿Lo especial que soy? —dudo. No me gusta esa frase. Me hace sentir el conejillo de indias de un científico loco.
—Aun sin quererlo, te hiciste con un libro profano —explica mi madre—, y el Jefe quiere darte la oportunidad de que decidas por ti mismo el camino que quieres tomar.
—¿El Jefe? ¿Te refieres al Barbas?
—Bueno —dice mi madre, sonriendo—, cada uno lo llama como quiere. Yo lo llamo Jefe.
—¿Y qué quiere Él de mí?
—Nada que tú no quieras hacer. Tu alma está a salvo, por eso no te preocupes, pero debes decidir si quieres volver y terminar lo que comenzaste o quedarte y ascender al próximo nivel.
—Yo no comencé nada, mamá.
—Lo sé. Nadie escoge su destino.
—¿Y el Flaco? —pregunto de pronto.
—Justo tras de ti. También está a mi cargo.
—¡¿Qué?! —exclamo sorprendido, y me vuelvo.
En efecto, ahí está. Lo noto retraído y un poco avergonzado.
—También tiene su oportunidad de decidir —dice mi madre—, pero creo que primero tienen algo de qué hablar, antes de que vuestro vínculo desaparezca para siempre. Los dejaré a solas.
—¡No, espera! —digo, pero al darme vuelta descubro que mi madre no está por ningún lado.
Siento el impulso de mirar hacia arriba, casi esperando verla desaparecer en las alturas volando como un pajarraco, pero tampoco allí hay rastro de ella.
Me vuelvo de nuevo hacia el Flaco. Lo observo, sin saber qué decirle ni por dónde comenzar. No me gusta echarle en cara las cosas a la gente, pero creo que esta vez estoy en todo mi derecho.
—Me sienta mal tener que recordarte que te lo dije, Flaco, pero… ¡te lo dije!
—Lo sé, lo sé, no me sermonees —contesta él, enojado.
—No lo estoy haciendo, es sólo que… ya ves, tu padre te acaba de demostrar la clase de persona que es. No puedo creer que te hayas tragado todo ese embuste.
—¡Es mi padre! ¿Cómo no iba a creerle?
—¡Pero te mató, Flaco! ¡El hijo de perra te mató!
—Sí, ya me di cuenta. No hace falta que me lo recuerdes.
—Bueno, está bien. Lo que quiero decir es que… mierda, ¿cómo decirlo?
—Diciéndolo —contesta Julián a mi pregunta retórica, como si tal cosa.
—Regresa conmigo, Flaco. Ayúdame a terminar con todo esto. Dicen que los que hacen la vista gorda también cargan con parte de la culpa cuando algo malo ocurre, pecan de omisión, así que haz tu parte. Esto es algo que te concierne directamente; también tienes cartas en este asunto. Ayúdame a darle su merecido. Vuelve y limpia el apellido Carvajal.
El Flaco me observa fijamente, luego aparta la mirada, como si no fuese capaz de sostenerla para responderme:
—No. Lo siento, Alan, pero la respuesta es no.
—¿Así, nada más, te lavas las manos?
—Ya te dije que lo siento. Además, no quiero regresar. Deseo quedarme en este lugar.
Yo lo miro de hito en hito, sin dar crédito a lo que acabo de escuchar.
—Pero si… —comienzo.
—Sí, me mató —me interrumpe Julián—, ya lo sé, pero he decidido quedarme, Alan. Me gusta este lugar. Además, yo también quiero ver a mi familia.
—Y hay que respetar su decisión —dice mi madre tras de mí, haciéndome pegar un brinco.


3

Sus palabras tienen un tono tan definitivo y autoritario, que no me atrevo a protestar. Me quedo callado, sacudiendo la cabeza con desaprobación.
—Está bien —acepto—. Que no se diga más.
Entonces noto un cosquilleo en la palma de mi mano izquierda. La miro, y descubro que la cicatriz ha desaparecido. Me doy vuelta, y compruebo que Julián está haciendo lo mismo. Nos miramos, pero ya no hay nada que decir. Le doy la espalda y observo a mi madre, que aguarda pacientemente.
—¿Y bien? —pregunta—. ¿Tomaste tu determinación?
—Por supuesto —respondo—. Quiero regresar.
—Está bien, Alan. También la respetamos. Haz lo que tengas que hacer, hijo, pero nunca olvides que el Jefe, por encima de todo, aboga por el libre albedrío. Hagas lo que hagas, eres libre de hacerlo, y nadie te pedirá cuentas más tarde.
—Es bueno saberlo —admito. Comienzo a sentirme apurado—. ¿Puedo irme ya?
—Claro, Alan. Sé consecuente.
No entiendo mucho eso de ser consecuente, pero no tengo tiempo para más preguntas.
—Adiós, mamá.
—Adiós, Alan.
Le doy un beso en la frente, y entonces me siento absorbido nuevamente por esa oscuridad sin límites. “Julián, acompáñame”, es lo último que escucho decir a mi madre antes de perderme en esa nada oscura en la cual me siento flotar, totalmente ausente el sentido de la orientación.
Entonces, pasado un momento, regresa esa conocida sensación de estar siendo succionado por una fuerza terrible, como si estuviera en el fondo de un tanque y alguien hubiese retirado el tapón del sumidero…


lunes, 12 de septiembre de 2011

DIARIO DE UN MUERTO / Capítulo XVIII


Los Renegados presentan:

DIARIO DE UN MUERTO
Capítulo XVIII

Escrito por: Adrián Granatto y George Valencia (Calavera)





1

Una vez que el coche de Bassa se perdió de vista, puse en marcha el Mustang y seguimos camino.
Ninguno de los dos dijo nada sobre la silueta del asiento trasero. No sé qué pensó Vale en ese momento, pero luego de meditar un poco al respecto, ya no tuve ninguna duda de que se trataba de Jessy. Atada y amordazada, eso seguro. Lo que explicaba claramente que se hubiese estado quieta y callada en todo momento mientras manteníamos nuestra conversación. Sentí que la rabia y la impotencia me invadían. Había estado allí en todo momento, a centímetros, y yo no me había percatado.
Aun así, era bastante extraño que Bassa estuviera viajando de allí para acá con ella, lo que me llevó a pensar que su ambición estaba llegando demasiado lejos. Seguramente había convencido a Alcides de que sería bueno tener su salvoconducto a mano por si se presentaba la oportunidad de ponerme entre la espada y la pared.
Todos tenemos nuestro tendón de Aquiles, había dicho Bassa.
—Todos tenemos nuestro tendón de Aquiles —dije en voz alta—. Y creo que ya sé cuál es el tuyo, hijo de puta. Estás tan obsesionado con el libro, por el poder que puede darte, que te has vuelto susceptible a cometer errores.
—¿Qué dices? —preguntó Valeria a mi lado.
La miré.
—Por más que sea un demonio, ojitos raros sufre los mismos apetitos que un ser humano. En este caso, la codicia. Está enceguecido por hacerse con el libro, Vale.
—¿Quiere el libro para él? —se sorprendió ella—. ¿Y para qué carajos? Sirve para hacer pactos con demonios, ¿no es cierto? ¿Por qué un demonio querría hacer un pacto con otros de su clase?
—Tal vez no es tan así, y sólo es uno de los usos que tiene. Fíjate en mí y en Julián: no hicimos ningún pacto demoníaco, sólo un conjuro para unirnos. ¿Y si el libro contuviese algo que ignoramos, tal vez un hechizo para esclavizar a todos los demás demonios, o algo por el estilo?
—Si así fuera, ¿no te parece que ya alguien lo habría hecho?
—Te equivocas —dije embebido por una certeza casi premonitoria—. ¿Cómo dijo Julián que se llamaba el que transcribió el libro?
—Algo del baño era. ¿Lavamanus?
—Philetas —corregí.
—No estaba tan errada —sonrió.
—Philetas realizó una copia literal del libro original, escrito por una organización contraria a la Iglesia y a su Biblia.
—Locos siempre hubo —afirmó Vale—. Es lo que nosotros llamaríamos ahora satanistas.
—Supongamos, y fíjate bien que digo supongamos, que de la misma manera en que Bassa se encuentra aquí, en aquel tiempo un demonio cualquiera hubiera estado involucrado en la creación de ese texto, dando ideas, aportando datos, calentando orejas.
—En ese caso, yo diría que estás rizando el rizo de lo improbable.
—Y que ese demonio —continué sin percatarme de que había hablado— hubiera dejado sutiles claves para dominar a sus congéneres, con la idea de usarlo después para su propio beneficio…
—¿Y por qué no lo escribió él y listo?
—¡Porque no puede! —exclamé—. ¡Necesitaba de otro para hacerlo!
—Okey —me calmó Vale—. Si eso fuera cierto, ¿no crees que todas esas claves se perderían en la traducción que hizo ese tal Philetas?
—Es que no se trata de una traducción, Vale. Es decir, Philetas sí lo tradujo en su día al griego, pero el libro que está en el claro es la copia literal que él transcribió en base al original; ésa es de la que yo hablo, de la copia fiel que hizo. ¿No te parece extraño que haya sobrevivido a tantas persecuciones? Creo que el libro se protege a sí mismo.
—No me cierra, Alan. Yo veo el libro como una especie de lámpara de Aladino; sólo que en lugar de genio, hay un demonio a tu servicio obligado a cumplir tus deseos.
—No es así —le advertí—. Si crees eso, podrías llegar a tener serios problemas. Un demonio nunca estará a tus órdenes. Si le conviene te hará creer que así es, pero es todo una pantomima. Mira a Bassa: no tiene ningún reparo en traicionar a Carvajal. Con el libro en su poder podría… no sé… conquistar todo: tierra, cielo e infierno.
—Me sigue sin cerrar —dijo Vale. Estaba jugueteando con la radio. La encendió y no funcionó. Traté de recordar si alguna vez la oí, y llegué a la conclusión de que no. George siempre colocaba cintas en el pasacassette.
—Mira dentro de la guantera —le dije—. George guardaba cassettes allí.
Valeria la abrió y un manojo de papeles y cintas cayeron al piso del auto, entre sus pies. Se inclinó a recogerlos y colocó todo en su regazo. Había cassettes de Iron Maiden, AC/DC, Pink Floyd, entre otros. Valeria los fue pasando uno a uno hasta llegar a uno que tenía la palabra GEORGE escrita con fibra negra en ambos lados. Frunció el ceño y pensó que tal vez era un cassette recopilatorio con los temas que le gustaban a él.
Lo colocó en el pasacassette.
Mientras tanto, yo no podía quitarme de la cabeza el hecho de que quizá partes de esa loca idea podían tener visos de realidad. Si no, no se explicaba el deseo de Bassa por poseer el libro en cuestión.
Pero era pesimista al respecto. Lo más probable era que estuviese bajo mucha presión y sólo delirase inventando historias de demonios con ansias de esclavizar a otros.
¡Cómo extrañaba a George!
Él sabría que hacer. Tendría la mente clara, la palabra justa, el consejo sano.
Y fue en ese momento cuando George dijo “Hola”.


2

Perdí el control del auto, cruzándome de carril. Una camioneta se nos vino encima. De forma instintiva apreté la bocina y me colgué de ella, mientras escuchaba a Valeria gritar. Por unos segundos pude ver al otro conductor dar un respingo y observar a todos lados; luego nos traspasó como si no existiéramos.
Intenté enderezarlo y el coche mordió la banquina. Seguía sin poder controlarlo y pisaba la línea demarcadora amarilla del centro de la ruta una y otra vez.
—¡Allí! —gritó Valeria.
Agarró el volante con ambas manos y condujo el Mustang a un área de descanso. Entramos en él a ochenta kilómetros por hora, esquivando los baños y un par de árboles. Bueno, en realidad no esquivamos nada: directamente los traspasamos.
—¡Frena! —gritaba Valeria—. ¡Frena de una puta vez!
Al ver que yo no reaccionaba, pasó su pierna sobre las mías y pisó el freno hasta el fondo. El auto derrapó violentamente y al final se detuvo en una zona llena de mesas y bancos de granito dispersas en un amplio parque.
Nos miramos, ambos con el rostro demudado.
La voz de George continuaba hablando, salía de los altavoces. Estiré la mano hasta el pasacassettes, giré la perilla y la voz de George enmudeció.
—Retrocédela —pidió Valeria.
Así lo hice, y cuando la cinta terminó de rebobinar, apreté play.


lunes, 5 de septiembre de 2011

DIARIO DE UN MUERTO / Capítulo XVII


Los Renegados presentan:

DIARIO DE UN MUERTO
Capítulo XVII

Escrito por: George Valencia (Calavera)




1

Me desperté sobresaltado.
Alguien me sacudía el hombro sin el más mínimo reparo. Sentía como si hubiese dormido cinco minutos; en un momento estaba descargando mi cabeza en la almohada, y al instante siguiente estaba siendo zarandeado bruscamente.
Entorné los ojos tratando de espantar los últimos residuos del sueño. Miré hacia las otras camas y vi que todos seguían dormidos. Entonces me sacudieron de nuevo.
Era Ferrari.
—Santos —dijo—, tenemos que hablar.
—Pero… —traté de protestar.
—Pero nada. Son las nueve y debo partir enseguida. Y también deberías hacer lo mismo. Tú y Valeria. Los demás pueden quedarse.
—Está bien, mamá…
—Levántate, tenemos que hablar —repitió ignorando mi pequeña broma—. Te espero en el bar.
—Dame cinco minutos —tercié.
—Que sean dos —sentenció Ferrari, y salió de la habitación.
Me quedé unos instantes procurando espabilarme. Para mi sorpresa, el corto sueño, a lo sumo cinco horas, sí me había revitalizado un poco después de todo. Me sentí con más energías y con la mente más clara para afrontar el día.
Me vestí rápidamente, me aseguré de que el Diario estuviese a buen resguardo y salí de la habitación.


2

Ferrari ya estaba desayunando cuando llegué: un vodka y un cigarrillo.
Me senté frente a él y comenzó a hablar sin ningún preámbulo:
—Tengo entendido que vas a buscar al hijo de Alcides Carvajal.
—Mmm… —dudé—. ¿Quién le dijo eso?
—Déjese de estupideces, Santos. Si cree que puedo hacer algo en su contra o que le voy a dar el chivatazo a ese tipo, es que está muy equivocado.
—No es eso, es sólo que… Mire, le voy a ser sincero: George lo conocía muy bien a usted, pero yo no.
Ferrari torció los ojos con impaciencia.
—Vea, Santos, me interesa un comino lo que usted crea. Me trae sin cuidado. El Barbas me pidió encarecidamente que no me metiera en este asunto, por aquello de…
—El libre albedrío, lo sé, el maldito libre albedrío.
—Eso mismo. Y si he hecho algo para ayudarlos a ustedes es porque sé que es lo que George hubiera querido. Era un gran amigo y su pérdida es terrible para mí. Así que esto lo hago por él, que le quede eso muy claro.
Asentí, un poco avergonzado por mi anterior actitud.
—Como le dije —continuó Ferrari—, tengo entendido que va en busca de Julián Carvajal. La chica pelirroja me lo dijo.
—Valeria.
—Esa misma. Me lo contó ayer luego de huir de su casa. Estoy de acuerdo en que lo busque pues él podría darle alguna información sobre el libro ese. Le confieso que hice algunas averiguaciones, pero poco o nada pude encontrar. Aun así, hay algo que quizá le pueda interesar.
—¿Ah, sí?
—Julián Carvajal ya no vive en la hacienda de la familia, ni en ninguna de sus propiedades.
Me incorporé por inercia, sorprendido por aquél dato.
—Veo que por fin capto su atención.
—Justamente allí pensaba ir —admití.
—Lo sé. Hubiera perdido un tiempo valioso.
—¿Y entonces dónde está ahora?
—Está algo lejos de aquí, al noroeste de Nérida, en un pequeño pueblo llamado Río Blanco. Vive en una casita de las afueras. No le será difícil encontrarla, pero le recomendaría un poco de discreción. Es probable que lo tengan vigilado.
—Lo escucho.
—Supongo que conoce la Autopista Norte y la Intermunicipal…
—Así es —respondí—. Cuando trabajé para Carvajal tuve que moverme mucho. Hace tiempo que no voy por allí, pero sí, las recuerdo.
—Perfecto. Lo que tiene que hacer es lo siguiente… Escúcheme con atención —dijo Ferrari, y eso hice.


3

A eso de las diez y cuarto de la mañana ya me encontraba con Valeria en el Mustang de George, listos para partir en dirección a Río Blanco.
A pesar de mis reparos, Valeria había insistido en acompañarme. No quería quedarse cruzada de brazos, dijo, y menos aún sabiendo que los acontecimientos se precipitaban.
Por cortesía de Ferrari, el tanque de la gasolina estaba a full. También me había asegurado que se encargaría de velar por el bienestar de María y su esposo.
—Pueden quedarse hasta que todo se resuelva y encuentren un lugar adonde ir —me había dicho mientras ultimaba los detalles de mi partida—. No les pasará nada, Santos, no se preocupe. Usted limítese a hacer lo suyo.
—Gracias, Ferrari —le dije, y luego de pensarlo un poco—: Disculpe si lo ofendí, pero comprenderá que en las últimas semanas han pasado tantas cosas que ya ni sé en quién confiar. De verdad lamento mi actitud.
—Descuide, Santos. Despídase y parta de una buena vez.
Asentí, y a continuación me dirigí a la habitación donde Valeria, arrodillada junto a su cama, hablaba en voz baja con Curru. Alberto seguía roncando a pierna suelta.
Al verme, Vale le dedicó una última palabra a María y le dio un beso de despedida. Luego se puso en pie y me esperó en la puerta.
Era mi turno.
—Curru, querida, soy pésimo para las despedidas…
—¡No digas eso! Suena como si no nos fuéramos a volver a ver. No seas tan pesimista, Alan.
—No soy pesimista; más bien realista. No las tenemos todas a nuestro favor, así que prefiero aprovechar el momento para decirte lo agradecidos que estamos contigo.
—¿Agradecidos de qué? Si sólo he sido una carga para ustedes.
—Nada de eso, Curru. Has sido un apoyo muy grande.
—Bah, si hasta me cargué a George.
—No vuelvas a decir eso. Él lo hizo porque quiso, y porque tú lo merecías de verdad, así que no quiero volverte a escuchar decir eso.
—Como tú digas —sonrió ella.
—Sólo quiero que sepas que fue grandioso conocerte y que significas mucho para nosotros.
—Ustedes también para mí, chicos.
—Ahora bien —dije—, quiero pedirte un último favor antes de irnos.
—Claro que sí, Alan, lo que tú quieras.
Fui a mi cama, levanté el colchón y saqué el Diario.
Me acerqué de nuevo a ella, que al ver el cuaderno, preguntó:
—¿Y eso?
—Es un Diario, mi Diario. En él he volcado muchas cosas en las últimas semanas y, aunque tal vez no valga nada, quisiera que me lo guardes y que, en caso de que no regrese, lo tomes como tuyo.
Curru me miró atentamente, y luego tomó el cuaderno.
—Lo cuidaré como a mi vida, Alan, de verdad.
—Bah, no vale tanto, pero te lo agradezco.
Me incliné y le di un beso en la frente.


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