El pasado
martes 8 de mayo de 2012 inicié el último tramo, la recta final de un camino,
de una aventura, de un viaje… que emprendí hace más de once años. Pasadas las
siete de la noche leía un subtítulo que rezaba: “El Diario (Novena Parte)”. Daba comienzo uno de los libros más
esperados de mi historia personal: Caballo
de Troya 9: Caná.
Pocos libros
he anhelado tanto en mi vida como este. Y si de sagas hablamos, solo el tomo final
de
La Torre Oscura, de Stephen King,
me produjo la sensación que ahora siento al adentrarme finalmente en tan
anheladas páginas. Es un sentimiento que solamente conocen aquellos a los que
les apasionan los libros, esos compañeros de mil aventuras que tantos viajes
nos deparan y que tan valiosos aprendizajes y gratos momentos nos otorgan.
Aun así, el
lector de Caballo de Troya no es un
lector cualquiera. El tema que toca esta fabulosa saga es espinoso, y tanto
puede apasionar a unos como espantar a otros. Así como a algunos les cambia la
vida, a otros les es indiferente, e incluso puede llegar al punto de provocar
odio, repulsión o físico aburrimiento.
Ya hace
varios meses dediqué una entrada completa para analizar la obra, y para dar,
además, mi punto de vista personal sobre la misma. Quien la haya leído, sabrá
que no puedo ser imparcial al momento de hablar de la obra del español: Caballo de Troya marcó mi vida en varios
aspectos, no solo por su valioso mensaje, sino también por tratarse de una
novela histórica épica, que mezcla de manera asombrosa la aventura con la
ciencia ficción, en un lienzo teñido de misterio, acción y suspense.
No está de
más invitar al hipotético lector de esta entrada a echarle un vistazo al
mencionado análisis general de la obra, publicado a mediados de septiembre de
2011. He aquí el link:
Caballo de Troya, de J.J. Benítez.
Como narrara
en dicha entrada, después de leer el primer e inolvidable volumen a comienzos
de 2001, me lancé con avidez en busca de las sucesivas entregas. En un periodo
de cuatro meses devoré los seis tomos de la saga cada vez más fascinado.
Curiosamente, en ese entonces estaba convencido de que dichos seis tomos
publicados hasta el momento componían la totalidad de la saga. Nada ni nadie me
hizo pensar que hubiese más números. Fue así como al leer las líneas con las
que finalizaba Caballo de Troya 6: Hermón,
mi sorpresa fue mayúscula: “La aventura
estaba por comenzar”, decía. No
obstante, confieso que suspiré aliviado; había mucho por contar y de ninguna
manera tantos hechos podían compendiarse en un solo volumen…
Solo quedaba
esperar…
Dos años más
tarde leí de nuevo, poco a poco, los seis tomos, y la espera, si cabe, se hizo
más insoportable… Pensar que pasarían años para conocer el desenlace me
producía cierta ansiedad. Tal como me sucedió al comienzo con La Torre Oscura, parecía un final que
nunca llegaría, un final que jamás alcanzaría…
Solo hasta
mediados de 2009 pude retomar aquella historia que tanto me fascinara. En un
periodo de un mes, leí de seguido los tomos 7 y 8 de la saga, el último de los
cuales tiene una de las escenas más electrizantes de la toda la serie. Pero el final
seguía pendiente, y fue justamente cuando recopilaba algunos datos para la
entrada publicada en el pasado septiembre cuando leí la noticia que millones de
lectores habíamos esperado por años:
Quedé con la
miel en los labios al leer eso, y cuando el pasado enero, mientras paseaba por
el centro de la ciudad, vi en las vitrinas de una librería un libro gigante con
un gran “9” en su portada, me quedé por unos segundos literalmente sin aliento.
Ahí estaba, finalmente. Era como si me acabara de topar con un amigo largo
tiempo esperado, fue casi como si intercambiáramos una mirada de complicidad… Y
pensé: “Por fin… El final está escrito, y
está ante mis ojos.”
No obstante,
lo elevado de su costo, sumado a mi precaria economía, me impidió hacerme con
el mismo. Pasaron los meses, y su lectura quedó pendiente. Sabía que estaba
ahí, esperándome, pero me concentré en otras prioridades. Supongo que me olvidé
de momento, o que ese instante tan esperado quedó en segundo plano… Hasta hace
unas semanas.
Fue entonces
cuando me embargó la urgencia. Ya era suficiente. Había esperado demasiado.
Debía terminar de una vez por todas y saber cómo acababa ese viaje emprendido
hacía más de una década. En las últimas tres semanas no pude sacarme el libro
de la cabeza, pero por estos días mi bolsillo está cada vez peor, y puesto que
el libro es demasiado reciente (fue publicado en diciembre, si no estoy mal),
aún no se consigue de segunda mano. En las pocas bibliotecas en las que ya se
encuentra, el libro nunca está disponible, y tiene innumerables reservas
encima, por lo que mi turno sería a finales de año, si acaso…
El fin de
semana pasado realicé las últimas tentativas, al final de las cuales me di por
vencido, resignándome a esperar…
Entonces, el
pasado lunes 7 de mayo, sucedió lo inesperado.
A eso de las
12:30 del mediodía, una compañera de trabajo me anunció que un cliente me
necesitaba. Dijo que requería un trabajo de diseño, algo para un acróstico,
para el cual ella no estaba capacitada. Me dirigí hacia el mostrador y el cliente,
un hombre de sesenta y pico de años, hizo lo que rara vez hace alguien en una
situación como esta: se presentó. “Mucho
gusto, caballero. Julio Moncada”, dijo extendiendo su mano. Yo le devolví
el saludo y estreché su mano. A continuación, dijo en un tono bastante cordial
que necesitaba diseñar un acróstico para un pareja amiga de su familia. Nos
dirigimos a mi puesto de trabajo y mientras diseñaba una pequeña muestra, me
contó que la referida pareja acababa de perder a una pequeña hija de apenas dos
meses de edad. Dijo estar destrozado por la noticia, y que había decidido
hacerles ese pequeño presente como una especie de recordatorio, sobre todo
teniendo en cuenta que el próximo domingo 13 de mayo se celebra en Colombia el
Día de la Madre, fecha que seguramente sería muy dolorosa para ellos.
Me pareció
un detalle bastante loable. Y cuando me dictó las palabras que compondrían el
acróstico dedicado a la pequeña Sofía, no pude ignorar que estaba ante alguien
versado y culto, y con un buen don de la palabra. El acróstico, palabra más,
palabra menos, decía así:
Solícita llegué a este
mundo
Ocultando mi pronta
partida
Fugaz fue mi paso por la
vida…
Inmortales somos, no
sufran
Amados míos, os espero en
la otra vida…
Alabé tan
bonitas palabras, ante lo cual Julio Moncada me contó que era un apasionado de
la lectura y que gustaba mucho de escribir pequeños poemas o pensamientos
personales dedicados a sus hijos. Dijo haber perdido una hija hacía quince
años, por lo que sabía perfectamente lo que tal tragedia representaba en la
vida de un padre. Puesto que le gustaba escribir, dijo, quiso componer aquél
pequeño pero sentido acróstico para regalar a la acongojada pareja.
Yo, a mi
vez, le conté que también me gustaba muchísimo leer y que escribía relatos de
cuando en cuando. Fue entonces cuando me dijo, casi de manera casual: “¿Sabes qué libro maravilloso me acabo de
leer?” Yo, esperando cualquier título de sabría Dios qué autor (tal vez algún
autor latinoamericano de esos que por alguna razón siempre he rehuido, o a lo
mejor algún libro de superación personal), le dije: “Cuéntame, ¿cuál fue?” A lo que él respondió, dejándome
literalmente de una pieza: “Caballo de
Troya 9”.
Yo lo miré por
unos instantes, sin dar crédito a lo que acababa de escuchar. Los lectores cada
vez más brillan por su ausencia. De estos, no son muchos precisamente los que
gustan de los controvertidos libros del español, y aunque así fuese, me consta
que son cantidad los lectores que no pasan del primer o segundo volumen. Pero
allí tenía un gran lector que no solo admiraba la obra de Benítez, sino que
además había leído cumplidamente los 9 libros que componen la saga.
Y no solo
eso. ¡Era el libro que no se salía de mi cabeza en los últimos días!
¡Era algo de
no creerse!
Cuando salí
de mi sorpresa, le respondí, sonriendo: “No
me cuentes el final”. Le dije que yo también había leído los 8 tomos
anteriores, y que me moría por finalizar de una vez por todas la saga, pero que
no había podido hacerlo por las razones que expuse más arriba. Supongo que para
él también fue una grata sorpresa. Hablamos un poco del tema, y calculo que
había pasado apenas un cuarto de hora desde que lo conociera, cuando me anunció:
“¿Sabes qué? El libro lo tiene la esposa
de mi hijo. Este fin de semana que viene voy para allá, y si no lo ha comenzado
a leer, lo traigo conmigo y te lo presto.”
En ese
punto, quien esto escribe (como le gusta decir al Mayor de la USAF en las
páginas de su Diario) no salía de su asombro.
¿Casualidad?
¿Azar? Quién sabe…
J.J. Benítez
diría que lo duda mucho, y lo atribuiría al Destino. Así, con “D” mayúscula.
Diría que estaba escrito y que “alguien” movió los hilos para que así
sucediera.
¿Casualidad?
Yo, la verdad, no sé ni qué pensar…
Pasado un
rato, al cabo del cual, mientras le realizaba el acróstico (impreso en papel
pergamino como una especie de diploma, y del cual quedó muy satisfecho),
habíamos charlado e intercambiado impresiones, me dejó otros trabajos pendientes
para el día siguiente y nos despedimos con un firme apretón de manos.
Supuse que
el martes vendría a la misma hora a recoger su trabajo, pero me equivoqué: llegó casi a las 6:00 de
la tarde, poco antes de que terminara mi jornada laboral. Y traía un voluminoso
libro en sus manos. Me quedé paralizado. “Yo
cumplo lo que prometo”, dijo. Yo, la verdad, no había dudado de su palabra,
pero jamás esperé que la cumpliera tan rápido. Dijo haber recibido una llamada
de su hijo esa tarde, y que había aprovechado la ocasión para hablarle del
libro. Resultó que su nuera apenas llevaba unas cuantas páginas, así que no le
había importando devolvérselo temporalmente. ¡Y allí estaba! Pagaría por haber
visto mi propia cara en ese momento…
Esa misma noche,
como dije al comienzo, empecé a leerlo con el corazón en un puño, no sin mirar
de cuando en cuando el libro preguntándome cómo era posible que apenas 36 horas
antes no hubiera visto en mi vida al hombre que me lo había prestado. Todo fue
tan rápido y sorpresivo, que aún no salgo de mi asombro.
Supongo que
el Destino quiso darme la sorpresa.
Al día
siguiente, y como prueba de buena fe por mi parte, también le presté un libro
de Benítez: La Rebelión de Lucifer. Es
una novela ligada en cierto punto a Caballo
de Troya, y sé que le va a gustar tanto como a mí…
Así que aquí
estoy, en la página 125 (de nada más que 1160) de Caballo de Troya 9: Caná, apenas el comienzo del final que he
esperado por años, y que ha caído en mis manos de la forma más sorprendente y
mucho antes de lo esperado…
Sobra decir
que me siento sumamente complacido de bucear nuevamente en el Diario del Mayor
(es una sensación de plenitud difícil de describir), tanto que cuando no estoy
leyendo el libro, estoy pensado en él, en lo que se avecina, en lo que pueda
ser el colofón de una de las obras más impresionantes y significativas que he
leído en mi vida…
Ya les
contaré…
:)